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En nuestra sociedad, cuando una persona consigue un empleo, la primera recomendación del jefe, del patrón o el dueño de la empresa, es la de que sea puntual y asista diariamente a laborar, pues para eso le pagan.
Esa norma de estricto cumplimiento en el campo laboral nuestro no tiene aplicación en la Asamblea Legislativa, cuyos integrantes, los legisladores, asisten a sesiones el día que les parece, y más ofensivo aún, a veces ni siquiera hacen acto de presencia en el hemiciclo y reciben sus emolumentos.
El mamotreto administrativo concebido por el propio parlamento bajo el nombre de reglamento interno no se refiere a la obligatoriedad del legislador de concurrir a las sesiones y mucho menos señala sanciones derivadas de su inasistencia.
Inclusive, se da el caso de un legislador que sólo asiste a sesiones el día de la inauguración y cuando se discute algún contrato ley del que se podrían derivar posibilidades económicas como quedó a la luz pública con el sonado caso CEMIS.
Aún así, este señor, ocupado en hacer campaña política para su reelección, sigue ocupando el cargo y cobrando su abultado salario sin asistir a las sesiones.
Otra mancha negra para la democracia panameña, con la que se arropan estos defraudadores de la voluntad popular, es el principio de inmunidad, el cual se ha convertido en verdadera impunidad.
Es difícil esperar que del seno de la propia Asamblea surja un movimiento de adecentamiento, debido al sistema de clientelismo electorero y usufructo económico de las finanzas públicas sobre los cuales se fundamenta la actividad diaria de ese órgano del Estado.
Sólo una revolución, un cambio profundo de mentalidad y de esquemas de pensamiento y de valores, lograrían cambiar la mala imagen y el rechazo de que gozan hoy los mal llamados padres de la patria. |
