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A ORILLAS DEL RIO LA VILLA
La Carreta

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Santos Herrera

Entre los mejores constructores de carretas con que contaba el pueblo, hab�a uno que era poeta y fil�sofo, y otro que recitaba trozos de La Il�ada y de La Odisea. Uno, escribi� libros de profundas y metaf�ricos d�cimas y poemas; el otro, fue concejal y alcalde. Pareciera que hacer una carreta era un acto tan sublime, que requer�a esp�ritus superiores. El asunto no consist�a solamente en darle forma a la madera, sino que hab�a que tener alma de artista, para imprimirle belleza y armon�a a la majestuosa obra. Los ilustres carpinteros, con no simulado orgullo, con destreza y conocimiento, se entregaban totalmente a la construcci�n. Nac�a una relaci�n tan �ntima entre el constructor y lo que se estaba armando, que de las manos, la mente y el coraz�n de aquel, brotaban manifestaciones del amor m�s puro, como el que se tiene a la primera novia. En la medida en que la carreta iba tomando forma, as� mismo se identificaba la personalidad del enamorado maestro de la carpinter�a.

No descuidaba ning�n detalle. La madera de cedro ten�a que ser de primera. Los tama�os de los talicones ten�an que ser exactos. La tabla atornillada deber�a tener doce pulgadas de ancho y seis pies de largo. Las escuadras que sirven de refuerzos, deb�an ser de tres octavos de grueso por dos de ancho; doce pulgadas de alto y ocho en la base, complementadas con el candelabro, que en este caso es la hipotenusa de un tri�ngulo recto de cinco octavos de espesor y catorce de largo. Cada pieza que conforma el caj�n de la carreta es minuciosamente acariciada por las h�biles manos del art�fice. Lo mismo sucede cuando trabaja con las dos ruedas y sus respectivas manzanas de madera de moro, con sus rayos o radios; con la lanza de roble, laurel, cigua y mar�a, y con el yugo construido de madera de calabazo.

Cuando la carreta, terminada y revisada hasta el �ltimo detalle sal�a del taller, el carpintero sent�a la misma sensaci�n que embarga a un padre cuando le nace un hijo. Se sent�a poeta porque lo que acababa de construir con tanta pasi�n y alegr�a, abrir�a nuevos caminos en su andar y cargar�a sue�os y esperanzas. La carrera fue el medio de transporte que sal�a que en la h�medas madrugadas por las sabanas hasta llegar a las quebradas tierras altas, con su cargamento de productos que esperaban con ansiedad lejanos campesinos. Fue la que cargada de ca�a de az�car, serpenteaba en el mar verde de los ca�averales, por curvados caminos polvorientos. Fue la que durante toda una �poca transport� el proceso y el desarrollo de una regi�n, que hoy con los brillos del modernismo se ha cegado y ahora de cuando en cuando, durante los desfiles t�picos, conoce de su existencia. El pueblo debe organizarse y con la cooperaci�n de todos deben construir un monumento en el cual se perpet�e para la eternidad a la carreta, que hoy por hoy, es uno de los s�mbolos m�s significativos de nuestro pasado, y que tambi�n nos sirva de puntal que nos se�ale el camino hacia el futuro.

 

 

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