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Sábado 26 de agosto de 2000



«Ahora yo voy a desafiar a la vida»

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Hermano Pablo
Colaborador

«La vida me ha traído un desafío. Ahora yo voy a desafiar a la vida.» Así habló Ed Kanan, hombre de cuarenta y seis años de edad. Dicho esto, comenzó a esquiar: primero en el agua, lo cual es bastante difícil, después en la nieve, que es más difícil aún. Le puso tanto empeño al deporte que ganó campeonatos nacionales e internacionales.

Lo notable de estas hazañas es que Ed Kanan quedó ciego a los cuarenta y cinco años de edad, justo un año antes de aprender a esquiar. Armado de persistencia y optimismo, Kanan, a pesar del desafío de su ceguera, no permitió que su condición le robara la confianza. Al contrario, afrontó cada desafío con la seguridad de vencer.

La enfermedad que lo había dejado ciego, la diabetes, a su tiempo cobró su víctima, y a los cincuenta y nueve años de edad Ed Kanan murió. Pero dejó un legado: un legado del cual todos nosotros podemos aprovecharnos. Es este: «La vida me ha traído un desafío. Ahora yo voy a desafiar a la vida.»

Lo cierto es que la vida es un desafío continuo para todo ser humano. A veces nos acobardamos ante el desafío, y huimos. Otras veces, llenos de fe y armados de confianza, con una oración en los labios, retamos a la vida y vencemos.

Es rara la vez en que la vida presenta bendiciones, dichas o satisfacciones en una bandeja de plata. Con la vida hay que pelear. Uno puede obtener la victoria y llegar a disfrutar del triunfo y tener al fin la satisfacción de decir: «He peleado y he vencido», pero es, como quiera, una batalla.

Hay dos enemigos que son los que más nos acosan. Uno es el miedo; el otro es el desánimo. El miedo es siempre a lo desconocido. No tememos lo que conocemos; tememos lo que desconocemos. Eso debe decirnos mucho. Si lo que tememos nos es desconocido, ¿cómo sabemos que nos puede perjudicar?

El desánimo, por su parte, es una reacción. Tiene como base nuestras emociones. Depende de la manera en que reaccionamos a las circunstancias de la vida. Si no reaccionamos negativamente, no sufrimos desánimo.

Es innegable que la vida no es justa. No siempre podremos controlar nuestras emociones. ¿Qué hacer entonces? Cobijarnos en la gracia de Dios. Si Cristo es nuestro amigo, si estamos acostumbrados a hablar con Él, podemos estar seguros de que Él nos tiene en sus planes. Y si estamos en sus planes, nada puede ocurrirnos que Él no apruebe. Todos podemos tener esa certeza.

Rindámonos, pues, al Señor Jesucristo y así podremos, con fe y con plena seguridad, desafiar a la vida. Él será nuestra victoria. Él nos acompañará hasta la recta final.

 

 

 

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