Jueves 14 de agosto de 2003

 

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Publicación de Editora Panamá América, S.A. que circula de forma gratuita y exclusiva en CRITICA LIBRE



  NUESTRA TIERRA

CUENTO
Un funeral pomposo

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Ansabaquín París
NUESTRATierra

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Moraleja: Antes de enterrarlo fíjense muy bien a quien entierran, y no ocurra que lo entierren en un hueco equivocado.

Aunque me cueste creerlo, quién me lo contó asegura que esto sucedió en la vida real; lo que no pongo en duda es la incapacidad y poco me importa de algunos funcionarios que tuvieron que ver directamente con el desenlace de esta historia.

Sinsonte fue un señor amante del monte, de la naturaleza. La montaña se convirtió en su última alternativa a la vida pastoril. Mientras que terratenientes hayan rotulado los llanos en una red de parcelas y campos, de propiedades y objetivos arrogados, para él, el campo y sus montes seguían siendo vírgenes.

A este señor no se le conocía familia, tampoco amigos, vivía completamente sólo, como un ermitaño. En ocasiones se perdía hasta por tres meses de la comunidad de Quebrada Grande del distrito de Los Pozos provincia de Herrera, lugar donde tenía su pequeña, rústica, pobre, pero acogedora morada.

Al no tener relaciones con los demás, no lo echaban de menos en aquel lugar. El hombre desaparecía, luego llegaba, y la gente como si nada. Estaban acostumbrados a la forma de vivir del tal Sinsonte. Pero a todo esto, los moradores de Quebrada Grande, lo respetaban, no le ofendían para nada; pero sí era un personaje del pueblo, que, aunque desapareciera por meses, cuando regresaba, la mayoría se alegraba de volverlo a ver. Era pobre, muy pobre, tomaba lo que le dieran, a cambio daba las gracias haciendo mil reverencias.

No es que Sinsonte no tuviera familia, sino que ninguno de los suyos quería acordarse de él; por eso cuentan que el hombre se fue a vivir a Quebrada Grande, quizás porque él sabía que el monte era una parte de la manera en que descubrió quien era verdaderamente él, para ver las cosas bajo una luz más clara; para buscar sensaciones antes ignotas; anhelando ver el espíritu de las cosas, y descubrir allí indicios de su propio carácter.

Este señor sentía euforia por el monte, al que se había vuelto adicto. Le gustaba caminar sobre piedras en las quebradas, para tener la sensación de las límpidas y frías aguas.

Por eso una mañana lo encontraron boca abajo, muerto, en una de las quebradas. Al parecer le sobrevino un infarto; es lo mismo que llaman en nuestros pueblos del interior "un patatús" .

Las autoridades llegaron al lugar investigando todo; porque se creía que a Sinsonte lo habían asesinado; razón por la que trasladaron su cuerpo al hospital en Chitré para realizar una exhaustiva investigación. La gente de Quebrada Grande sabía de antemano que nadie pudo haberlo matado; porque no tenía enemigos y no molestaba ni ofendía a ningún semejante. El cuerpo sin vida de Sinsonte permaneció varios días en la morgue del hospital sin que nadie lo reclamara.

Moradores de Quebrada Grande al ver que nadie se preocupaba por el cuerpo del difunto, decidieron ir a la morgue en Chitré y solicitar su cuerpo para darle cristiana sepultura. Así fue, en la morgue yacían dos cuerpos, el del pobre Sinsonte que no dejo ni un céntimo, siquiera para su funeral, y el de otra persona; un rico, conocido productor ganadero de un distrito de la provincia de Herrera.

Los funcionarios de la morgue entregaron a la gente de Quebrada Grande el cadáver del "rico ganadero" , creyendo que era Sinsonte, y a los deudos del ganadero, le entregaron el cuerpo del pobre Sinsonte.

Al llegar a Quebrada Grande con el cuerpo del rico ganadero, que todos creían que era el de Sinsonte, la gente se mostró apática y no quisieron irlo a despedir a su última morada. Por eso le pagaron media botella (una pacha) de seco a un ciudadano para que enterrara el cuerpo del pobre Sinsonte. El ataúd era tan rústico, de madera de corotú sin cepillar que las astillas desafiaban con apuñalarle las manos a quién lo cargara. En el cementerio dejaron al muerto solo con el enterrador. Terminada la fosa, éste empujó el féretro cayendo pesadamente hasta el fondo del hueco, y antes de echarle la primera palada de tierra, se tomó su último trago de seco. Contempló por unos segundos la pacha vacía y atollada, miró hacía abajo y arrojándola con fuerza, de aquel que el alcohol ha surtido su efecto, dijo:_Sinsonte, que Dios te tenga en su gloria, guárdame un puesto cuando llegues allá. Al muerto no le rezaron ni un solo Padre Nuestro en su entierro, menos un Rosario, se fue en blanco como dicen.

Mientras que en un distrito de Herrera estaba ocurriendo lo contrario con el sepelio del que se creía era el rico ganadero; pero en verdad era Sinsonte, el hombre pobre de Quebrada Grande. En este entierro el ataúd sobrepasaba los mil dólares; tenía adornos y argollas doradas. El funeral fue de lo más pomposo, utilizaron una lujosa carroza. La fila de carros último modelo, y de costosos cuatro por cuatro, parecía interminable. Las rezadoras hicieron filas esperando su turno para exhibir sus dotes con las estaciones del Santo Rosario. La misa fue presidida por más de una docena de sacerdotes. Incluso contrataron "Lloronas profesionales" para que fuera un sepelio inolvidable.

Así es la vida. Un hombre que no tenía ni en donde caerse muerto, tuvo el mejor funeral que jamás se hubiera imaginado. Mientras que el otro tuvo todo el dinero suficiente, fue enterrado en el peor ataúd, y ni siquiera con un Padre Nuestro que estás en los cielos... fue despedido.

Pasados unos días descubrieron el error, sacaron a los difuntos y cada uno fue a parar a su respectivo lugar. Al ganadero le volvieron a rezar y decir misas, mientras que Sinsonte se quedó bien rezado, gracias a la equivocación en la morgue.

 

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