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Dólares y sentido común

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Max Haines

El falsificador Edward Mueller ganó notoriedad a un dólar por vez. La honorable profesión de falsificar dinero es generalmente llevada adelante por bandas bien organizadas que producen billetes de alta denominación. Un maestro grabador con el robo en su corazón es un prerrequisito.

Una vez manufacturado, el "raro", como es llamado algunas veces, es a menudo distribuido por medio de mayoristas por tan poco dinero como 25 centavos por dólar. El mayorista a su vez, puede vender el dinero falso a asistentes por tan poco como 40 centavos por dólar.

Teniendo todo esto en mente, es refrescante informar que el falsificador más grande que los Estados Unidos ha conocido no era un maestro del crimen, sino un viejito que vivía con su perro en un apartamento en el último piso de una casa de inquilinato cerca de Broadway y la calle 96 en la ciudad de Nueva York.

Edward Mueller entró en la profesión de falsificador por necesidad. Fue superintendente de varios edificios de apartamentos hasta 1937, cuando su esposa murió. A la edad de 63 años encontró cada vez más dificultoso cuidar los edificios a su cargo. Ahora que sus hijos eran adultos, Edward calculó que era hora de cambiar de carrera. Se convirtió en vendedor de cosas usadas. Para completar la transición, él y su terrier mestizo se mudaron a un apartamento propio más pequeño.

Empujando un carrito, Edward empezó a comprar cosas usadas, una aventura que proveía cuanto más un precario modo de vida.

Después de un año de empujar el maldito carro por las calles de Nueva York, Edward tenía una cantidad de cosas usadas. Era hora de otro cambio de carrera. Se convertiría en falsificador.

Edward Mueller no era un hombre de tomar decisiones precipitadas. Se tomó su tiempo. Un día, mientras visitaba a su hija en los suburbios, notó que ésta tenía una cámara de estudio. El gentil Edward tomó una foto de un billete de 1 dólar. Luego produjo placas de zinc, que retocó a mano. El producto terminado le pareció espléndido al falsificador novato.

Más tarde, los del Servicio Secreto, quienes se consideran expertos en estos asuntos, afirmaron que el billete era la falsificación menos profesional que ellos hubieran visto. Un error mayúsculo vale una nota aparte. Al retocar las placas falsas, Edward de algún modo traspasó una de las letras en la palabra Washington. Escribió el nombre del presidente "Wahsington". Ninguna de las personas que recibieron el billete notó el error. Tampoco Edward.

En el otoño de 1938, Edward se dedicó a producir. Sacó su primer billete de 1 dólar en su destartalada prensa impresora a mano. Con cuidado, colgó el billete a secar en la soga de la ropa de su apartamento. Nervioso como un pavo de tiempo de Navidad, llevó el billete a una tienda y compró 10 centavos de caramelos. Edward aprendió una lección valiosa ese día. Nadie examina realmente un billete de 1 dólar.

No llevó mucho tiempo antes que los billetes falsos llamaran la atención del Servicio Secreto. De inmediato los Federales quedaron desconcertados. Quien fuera que los estaba haciendo producía unos pocos billetes. El Servicio Secreto no conocía a nuestro muchacho. Edward era diferente de los otros falsificadores. Simplemente no era ambicioso. Sacaba sólo lo suficiente para vivir él y su perro. La única excepción era su compra de caramelos para los niños del vecindario en domingo.

Por años, Edward le dio a la manivela de sus billetes de 1 dólar falsos en su diminuto piso y por años el Servicio Secreto quedó perplejo ante la minúscula provisión de billetes malos que aparecían. Los gastos de Edward nunca sobrepasaban los 50 dólares por mes. Lo que es más, los billetes eran de tan mala calidad que el papel podía ser comprado en cualquier papelera. Washington estaba mal deletreado. Para añadir el insulto a la injuria, uno de los ojos de Washington era una mancha de tinta.

En el término de cinco años, un total de 2.840 dólares fue puesto en circulación con éxito. Amigos, esto es menos de 2 dólares por día. Los agentes del Servicio Secreto realizaron reuniones. �Qué clase de extraño individuo estaba fabricando una provisión tan limitada de dinero falso?

Por 10 largos años, Edward produjo y distribuyó con éxito sus billetes falsos. Al final, fue descubierto sólo por accidente. Una día, mientras él no estaba, se prendió fuego en el piso superior de su edificio de apartamentos. Su piso fue muy dañado y su leal terrier murió sofocado por el humo.

Los bomberos, como es su costumbre, tiraron mucho del contenido del piso de Edward por una ventana a un baldío vacío abajo. Entristecido por su pérdida, Edward se fue a vivir con su hija en los suburbios mientras reparaban su apartamento.

Nueve muchachos, de 10 a 15 años de edad, usaban el baldío como lugar de juegos. Unos de los chicos encontró lo que pensó que era dinero para jugar. Irónicamente, por 10 años ningún adulto había pensado que el dinero de Edward fuera otra cosa que genuino. Un niño de 10 años lo vio como falso en dos minutos. Se llevó algunos de los billetes a casa. Otro muchacho llevó a su casa algún dinero y una vieja prensa impresora. Su padre vio a los muchachos jugando con el dinero. Examinó un billete y le pareció lo bastante sospechoso como para llamar a la policía. Una mirada al mal escrito Washington y el Servicio Secreto supo que se estaban acercando a su viejo Némesis.

Los muchachos guiaron a la policía al lote vacío, donde pronto se enteraron que los trastos a medio quemar en el baldío habían venido de un piso dañado por el fuego en el edificio. �Y quién era el inquilino del piso incendiado? Ningún otro que el bondadoso y gentil anciano, Edward Mueller.

Edward fue interrogado e inmediatamente confesó que él había producido esos billetes falsos de 1 dólar. Explicó que nadie había sido dañado por su falsificación.

�l se había asegurado de nunca timar a una persona con más de 1 dólar y nunca había impreso más de lo que necesitaba para mantenerse él y su finado y lamentado perro. �Oh!, sí, algunas veces compraba caramelos para los niños del vecindario.

Todos gustaban de Edward, quien parecía deleitarse con la notoriedad que había logrado. Liberado bajo fianza, disfrutaba cayendo de visita en las oficinas del Servicio Secreto para charlar con los agentes. Luciendo una sonrisa permanente y con su imponente figura de 1,60 metros de estatura, era un criminal improbable que le había costado al gobierno más tiempo y problemas que cualquier otro falsificador en la historia del país.

A los 73 años, Edward fue sometido a juicio. Le encantó cada minuto de los procedimientos. Fue acusado de tres delitos. La posesión de placas, pasar dinero falso y manufacturar billetes falsos. Edward fue encontrado culpable de los tres cargos. Fue sentenciado a un año y un día en prisión. Un murmullo de risa recorrió la sala de la corte cuando el juez lo multó con 1 dólar.

Después de servir cuatro meses en la cárcel fue liberado y se mudó a la casa de su hija. Pasaba la mayoría de su tiempo contando a vecinos y amigos cómo había engañado al Servicio Secreto por 10 años.

En 1950 se hizo una película, Mister 880, con las hazañas de Edward. El personaje principal personificado por el gran actor Edmundo Gwenn, fue nominado para un Oscar por su actuación. Edward Mueller concurrió al estreno y le contó a su hija que nunca había disfrutado tanto en su vida.

 

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