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Miércoles 19 de julio de 2000



El coraz�n que no quer�a morir

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Hermano Pablo
Colaborador

Todo comenz� con un suicidio. Como en todo caso de suicidio, aunque se hab�a notado cierta melancol�a en el joven, su muerte fue una sorpresa. Su nombre no se dio a conocer, ni siquiera en Suiza, donde ocurri�. El joven ten�a veinticuatro a�os de edad.

Casi al mismo tiempo, otro hombre, de cuarenta y siete a�os de edad y enfermo del coraz�n, requer�a un trasplante. La familia del joven dio permiso para remover su coraz�n y trasplantarlo al enfermo. Pero �ste, aunque el coraz�n segu�a latiendo, tambi�n muri�.

Entonces trasplantaron el mismo coraz�n a otro hombre, de cincuenta y ocho a�os de edad, y �ste, tambi�n por razones ajenas al trasplante, sucumbi�. El coraz�n del joven Suizo finalmente fue a parar en un cuarto individuo, esta vez un joven de veintid�s a�os.

Por fin el coraz�n del joven suicida hall� domicilio permanente. Despu�s de un a�o del tercer trasplante, segu�a latiendo normalmente.

Si hay algo que es extraordinario, es la ciencia de los trasplantes de coraz�n. Un trasplante a tiempo, si no hay otros elementos negativos que intervengan, prolonga la vida del enfermo card�aco permiti�ndole llevar una vida casi normal.

�Qu� dir�a este coraz�n extraordinario si pudiera hablar? Ha latido dentro de cuatro hombres. Atribuy�ndole al coraz�n, simb�licamente, las emociones que embargan al hombre, este coraz�n se habr� enterado de todos los pensamientos, sentimientos, ansiedades y alegr�as de cada uno de esos hombres.

El ap�stol Pablo dijo algo interesante: ��qui�n conoce los pensamientos del ser humano sino su propio esp�ritu que est� en �l? (1 Corintios 2:11). Es decir, �qui�n nos conoce mejor que nuestro propio coraz�n?

Nosotros podremos aparentar ser lo que no somos y fingir lo que no sentimos. Pero nuestro coraz�n no admite el enga�o, pues sabe cu�les son nuestros sentimientos y cu�l es la verdadera calidad de nuestra alma.

Jesucristo pronunci� las palabras que todo hombre necesita o�r: �Dichosos los de coraz�n limpio, porque ellos ver�n a Dios� (Mateo 5:8). Ver a Dios es, literalmente, disfrutar para siempre de su presencia. Pero es tambi�n hallar la paz y la dicha que producen la pureza, la integridad y la transparencia.

Permitamos que Cristo Jes�s entre a nuestra vida. Basta con que le supliquemos, de todo coraz�n, que sea nuestro Se�or y due�o. �l limpiar� nuestro ser y nos dar� su divina paz.

 

 

 

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