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Martes 18 de julio de 2000



La gran hipnosis

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Hermano Pablo
Colaborador

Era un viernes por la noche en Tokio, Jap�n, una noche que de por s� predispone para programas de entretenimiento. El director de un programa de televisi�n anunci� que esa noche habr�a algo especial: hipnotismo sexual.

Millones de televidentes japoneses sintonizaron el programa, y lo que pas� conmovi� a la naci�n entera. Miles de chicas adolescentes que miraban al hipnotizador cayeron en desmayos y convulsiones. Como era de imaginarse, el programa provoc� una violenta reacci�n de parte de los padres de familia.

No hay duda de que la televisi�n moderna ya no se detiene ante nada. No contenta con pasar programas de abierta insinuaci�n sexual, ahora, por lo menos en el Jap�n, utilizan a un hipnotizador para que provoque imaginaciones er�ticas.

�Qu� es hipnotismo? Es la aptitud que tienen algunos de inducir en ciertos individuos un sue�o no natural. Durante ese sue�o hipn�tico la persona dormida puede ser provocada a hacer cosas que no nacen de su voluntad racional.

Esto fue lo que ocurri� en Tokio, Jap�n, y ocasion� fuertes quejas de padres y funcionarios p�blicos que lo vieron como un peligro para la juventud.

�Acaso tenemos que ser hipnotizados para caer en un trance que nos roba la voluntad? No, de ninguna manera. Lo cierto es que muchos est�n cediendo su voluntad a cosas de mucho menos misticismo que un hipnotizador.

�Qu�, por ejemplo, de la copa de alcohol? Han sido miles, por no decir millones, los que han cedido totalmente su voluntad a la copita hipnotizadora, y han perdido no s�lo su control racional sino tambi�n su inteligencia, su disciplina, su dignidad y su conciencia.

�Y qu� del que, perdiendo la cabeza, se entrega a un amor prohibido y sacrifica esposa e hijos, y respeto y autoridad en el hogar, por algo que nunca podr� terminar bien? �Acaso no ha sido �l hipnotizado?

Lo mismo puede decirse del que sacrifica su nombre, su honradez y su reputaci�n a cambio de deshonestas ganancias. Irremisiblemente, a la larga, lo pierde todo.

Y puede pensarse as� tambi�n del que hace de s� mismo -del yo, del ego- un hipnotizador, y por ser esclavo de su propio orgullo, pierde su paz espiritual, su gozo, su relaci�n con Dios, y finalmente, su alma.

El �nico al que debemos rendirle nuestra voluntad es a Aquel que nunca nos enga�ar�: a Jesucristo. �l desea ser nuestro due�o. Rind�mosle nuestra vida y nuestra voluntad. �l nunca nos defraudar�, pues es digno de absoluta confianza.

 

 

 

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