MENSAJE
Una llamada telefónica... a Dios
- Hermano. Pablo
Caminó horas enteras
por las calles de la ciudad. No era que se había perdido y buscaba
su casa, pues no tiene hogar. No buscaba parientes, pues ninguno la reconoce.
Ni buscaba una casa amiga, pues no tiene amigos.
Fay Ann Werdlow, de treinta y dos años de edad, de Sommerset,
Inglaterra, buscaba dónde dar a luz, porque ya tenía los dolores
de parto. Al no hallar un lugar mejor, sin poder resistir más el
clamor de la naturaleza, la mujer entró en una cabina telefónica
y allí dio a luz.
"No le hablé a nadie -explicó la mujer-, porque no
tengo a nadie que me ayude. Pero sí clamé a Dios. El se acuerda
de los desamparados".
He aquí una mujer que ocupa una cabina telefónica a la
una de la mañana en una populosa ciudad moderna. No usa el teléfono
porque le es inútil. Pero en esa cabina, donde se hacen tantas llamadas
triviales, ella clama a Dios. Y en una hora sumamente crítica de
su vida, Dios escucha su clamor.
Cuando las autoridades se dieron cuenta de lo que ocurría, ellos,
con paciencia y cariño, le dieron su mano de ayuda. Ahora Fay Ann
Werdlow, en un hogar provisto por una comunidad comprensiva, cuida de su
criatura con paz en su corazón, Dios, en efecto, escuchó el
clamor de esa desamparada.
La vida, con sus contrariedades, sus percances y sus angustias, se parece
a un río caudaloso. Mientras algunos, en el centro de la corriente,
van felizmente adelante, otros van quedando rezagados en los remansos de
las orillas. Es allí donde se juntan la basura y los desperdicios.
Y es fácil allí perder la esperanza. Pero para esos rezagados
y retenidos en los remansos de la vida, está Dios. Y El siempre oye
el clamor del necesitado.
Todo el que se sienta arrojado a un lado del camino de la vida debe saber
que esto le puede ocurrir a cualquiera. No es experiencia sólo del
desposeído. Este abandono puede sentirlo también el de excelente
preparación académica y el de buenos medios económicos.
El mal no sabe discriminar, y cuando golpea, cualquiera puede sentir su
bofetada. Pero siempre está Dios.
Cuando agotamos todo recurso, siempre queda Dios. Cuando todos los amigos
se esfuman, siempre queda Dios. Cristo, Dios hecho carne, es un Salvador
para todos, tanto para los que viven en la cumbre de la vida como para los
que están marginados en los remansos de la miseria. Cristo es bueno.
Sus oídos están atentos a las oraciones de todos. Clamemos
a El con confianza. El oirá nuestra oración.
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