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Martes 9 de mayo de 2000



Cual el amo

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Carlos Rey
Colaborador

Don Zen�n Somodevilla, marqu�s de la Ensenada, era un pol�tico sobresaliente, militar espl�ndido y hombre de vasta cultura. Vest�a con tanta elegancia y fastuosidad que se le consideraba m�ximo representante de la moda de su tiempo. Dec�ase que su indumentaria de Corte, guarnecida con botones de diamantes, encajes de Malinas y hebillas de oro cincelado, hab�a costado la fabulosa suma de quinientos mil pesos. Fuera o no exagerada esa cantidad, lo cierto es que aquel lujo del eminente marqu�s acab� por despertar la envidia entre los cortesanos, de modo que se rumoreaba que todo eso no era sino fruto de desfalco y de negocios sucios. El rumor lleg� a o�dos del rey Felipe V, quien llam� a cuentas al marqu�s para manifestarle que no tolerar�a semejante ostentaci�n, pues iba en contra de las normas de austeridad que la Corona acababa de promulgar. Ante eso, don Zen�n, con singular sutileza y finos modales, respondi�: "Se�or, por la forma de vestir del criado se ha de conocer la grandeza del amo." De all� el refr�n que dice: "Cual el amo, tal el criado", y los refranes afines: "A tal casa, tal aldaba", "A tal se�or, tal honor", y "A cada paje, su ropaje".

A esa postura el escritor espa�ol Luis Junceda la califica como "el principio de adecuaci�n", al que considera "casi un imperativo categ�rico en la condici�n humana".1 Interesante conclusi�n esa, sobre todo cuando se toma en cuenta que coincide con la ense�anza de Cristo a sus disc�pulos con relaci�n al mismo tema del servir. Poco antes de dar su vida por ellos, aprovech� la ocasi�n de una cena para darles el supremo ejemplo de humildad, lav�ndoles los pies a cada uno. �Entienden lo que he hecho con ustedes? -les pregunt� al terminar-. Ustedes me llaman Maestro y Se�or, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Se�or y el Maestro, les he lavado los pies, tambi�n ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he puesto el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes. Ciertamente les aseguro que ning�n siervo es m�s que su amo, y ning�n mensajero es m�s que el que lo envi�. �Entienden esto? Dichosos ser�n si lo ponen en pr�ctica."2

Aqu� lo parad�jico es que Cristo asume una actitud diametralmente opuesta a la de don Zen�n Somodevilla, y sin embargo refuerza con su ejemplo lo que dice el refr�n. En el primer caso se destaca la vanidad del amo, mientras que en el segundo se distingue su humildad; pero eso s�, en ambos queda sentado el principio de que el criado es un reflejo de su amo. M�s vale que aprovechemos esa sabidur�a popular del refr�n, pero no siguiendo la variante de la vanidad del marqu�s de la Ensenada sino el ejemplo del Se�or que de la nada nos convierte en disc�pulos de veras dichosos.

 

 

 

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