Viernes 16 de marzo de 1999

 








 

 


El fraude de la Media Luna

Néstor Jaén S.J
Crítica en Línea

Las imágenes vistas por miles de panameños y panameñas a través de la televisión en las que aparece el señor Ronic Muñoz pinchándose los dedos, para luego presentar la sangre en su cuerpo como un milagro, han producido toda clase de comentarios. Nosotros nos sumamos a ellos con una exposición breve de nuestra opinión sobre el asunto y más allá de este caso concreto.

En primer lugar tenemos que decir que nuestra fe cristiana no se debe fundar en la visión ni en la experiencia de cosas extraordinarias. Precisamente el domingo pasado leíamos en el Evangelio el reproche que Jesús le hizo al apóstol Tomás porque quiso ver para creer. Y Jesús añade: bienaventurados los que sin ver, creyeron. Tomás no le creyó a la primitiva iglesia de sus compañeros apóstoles y hoy, al igual que él, existe mucha gente que no cree con suficiente firmeza ni a la Sagrada Escritura ni a la Iglesia, sino que anda buscando cosas raras para poder creer. A esto la Iglesia debe oponerse con firmeza.

No negamos que a lo largo de la historia hayan existido milagros o que se puedan dar en la actualidad, pero antes de catalogar algo como milagroso tenemos que considerar diversas posibilidades.

1. Puede tratarse de un fraude con fines de lucro o de llamar la atención, y de estos casos la Iglesia ha tenido numerosas experiencias. Estas situaciones deben investigarse y si se comprueba el engaño debe ser sancionado adecuadamente, aunque no es natural, con caridad cristiana, sin embargo la credulidad de ciertos pastores en nuestra Iglesia y en otras no debe ser un modelo a seguir.

2. Puede tratarse también de un fenómeno psicológico fuera de lo común y esto pertenece a la ciencia de la Parapsicología. Aquí no necesariamente hay fraude. A veces ni los propios protagonistas saben cómo ocurren ciertas cosas dentro de ellos. Hay gente que mueve, por ejemplo, objetos a distancia y sin tocarlos; hay individuos que provocan incendios con la mente e igualmente hay personas que se elevan del piso venciendo la gravedad o que sangran debido a ciertas fuerzas mentales. Esto, en consecuencia, no es ningún milagro.

3. Finalmente en algunas ocasiones se dan fenómenos muy impactantes que ni son fraudulentos ni parapsicológicos sino que simplemente se deben a técnicas que suelen guardarse con mucho secreto, como por ejemplo para dominar serpientes, para enterrarse cuchillos en el cuerpo sin causar heridas ni sangrar o para producir estados hipnóticos. A veces esto se considera milagroso pero no lo es. Muchas de estas técnicas las usan algunas personas con fines curativos y eso no tiene nada de malo con tal de que no se manipule a las personas.

¿Y los verdaderos milagros? Estos hay que enfocarlos primariamente no desde lo prodigioso y espectacular, aunque esto se dé, sino desde su valor como signo del Reino de Dios. En el Evangelio los milagros de Jesús son expresión de amor y de liberación además de manifestar su poder. Y son, en consecuencia, árboles buenos que producen frutos buenos.

La Iglesia distingue las cosas que son buenas de aquellas que, además de serlo, son también milagrosas. Las cosas buenas son las que expresan "de arriba hacia abajo" el amor de Dios a su creación y "de abajo hacia arriba" el amor nuestro a Dios, al prójimo y a nosotros mismos. Y estas cosas pueden darse en la vida más ordinaria del mundo: de parte de Dios los dones diarios de la vida, la salud, el trabajo y sobre todo el don de la gracia y de parte nuestra el cumplir con los deberes escolares, realizar el propio trabajo a conciencia, vivir la vida de familia con plena responsabilidad, practicar la solidaridad frente a los prójimos necesitados, poner los propios talentos al servicio de la comunidad, hablar con el Señor amistosamente y así muchas otras cosas. A través de todas ellas Dios se acerca a nosotros y nosotros a El sin necesidad de hechos llamativos ni espectaculares.

Sin embargo, como decíamos antes, también se dan los hechos milagrosos. Para que la Iglesia los considere como tales deben darse varias condiciones: 1) Que sean expresión del amor descendente y ascendente que hemos mencionado, 2) que no estén acompañados de una teología errónea y por lo tanto contraria a la verdad del Evangelio, 3) que se experimenten en profundidad como una actuación de Dios más allá de lo común y 4) que no se puedan explicar por medio de realidades meramente humanas (científicas, psicológicas, sociológicas...). En base a estos criterios y tal vez a alguno o algunos más, los milagros reconocidos por la Iglesia son muy pocos. Nos basta decir que en Lourdes, por ejemplo, mientras que una comisión de médicos de todas las creencias e incluso ateos declaró una vez que en un siglo de historia habían tenido lugar allí quinientos casos de curaciones inexplicables para la ciencia, la Iglesia reconoció en esos cien años sólo 40 milagros.

Todo esto nos invita a vivir nuestra fe sin ese afán de sensacionalismo que muchas veces nos invade. Y por último queremos decir que Dios es tan bueno que aun de los engaños puede sacar bienes. Pensamos que este es el caso tal vez de muchas personas de buena fe que creyeron en los fenómenos de la Media Luna y que fueron engañadas. Probablemente algunas de sus actitudes y conductas las acercaron al Señor a pesar del engaño sufrido. Sin embargo, de nuestra parte no nos metamos a jugar con cosas no aprobadas por la Iglesia. Vayamos por los caminos seguros de la fe en Cristo tal como aparece en las Escrituras y en las enseñanzas fundamentales de la fe. Así no nos equivocaremos.


 

 

 


 

No negamos que a lo largo de la historia hayan existido milagros o que se puedan dar en la actualidad, pero antes de catalogar algo como milagroso tenemos que considerar diversas posibilidades.

 

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