EDITORIAL
La paradoja venezolana de Hugo Chávez
El teniente coronel Hugo
Chávez Frías protagonizó un alzamiento castrense, contra
el mandatario Carlos Andrés Pérez, pretendiendo derrocar el
régimen constitucional para imponer un ejercicio militar en los mandos
de Venezuela; evento censurable que lo llevó a la cárcel y
a perder su rango en las Fuerzas Armadas.
El Presidente Rafael Caldera, destacada cifra del quehacer político
y jurídico de esa nación suramericana, en ejercicio de facultades
constitucionales le dictó un indulto al golpista Chávez, quien
al verse libre procedió a integrar un movimiento político
electoral con el cual logró ganar el solio presidencial respaldado
por el 56% de los sufragios; acontecimiento que lo sentó en el Palacio
de Miraflores; desde donde dirige la vida institucional de Venezuela.
Ahora, Hugo Chávez Frías, en cumplimiento de proclamas
electorales propone un referéndum para que el pueblo elector se pronuncie
en torno a instalar una Asamblea Constituyente que reconstruya la base institucional
y política de la nación, y adopte medidas como extender el
período presidencial a 10 años y conceda poderes cuasi-imperiales
para dictar medidas, adoptar decisiones y fijar derroteros al país
petrolero, a su arbitrio.
La paradoja venezolana se manifiesta al permitir que a través
de los resortes de la democracia y el civismo, un iluminado golpista, quien
se siente predeterminado y escogido, con aires de bolivarianismo libertador
y rectificador de rumbos, puede imponer decisiones que nieguen el libre
juego de las ideas, cancelen las garantías de los ciudadanos, y afrenten
los otros poderes del tríptico de Montesquieu, con inseguridades
y arrinconamientos amenazadores.
Es realidad indiscutible que Venezuela transita por senderos de crisis
económica y empobrecimiento social; sus indicadores sociales y económicos
son de espanto y asustan: entre desempleo y ocupación informal, se
encuentra el setenta y dos por ciento de los venezolanos; las carencias
son evidentes y los indicadores de criminalidad ascienden aceleradamente,
haciendo de aquella bella nación hermana un polvorín que eventualmente
pudiera estallar en pobladas, alzamientos y rebeldías violentistas.
Sin embargo, ese panorama de desolación y tristeza, de desprotección
social, no justifica que se aplaste el estado de derecho, se conculque las
libertades y se desconozca los derechos humanos y cívicos de sus
habitantes.
Las normas constitucionales son basamento de las estructuras jurídicas
de la naciones; ellas deben responden a aspiraciones, búsquedas y
requerimientos de sus ciudadanos, y nunca servir de pivote o trampolín
para que sátrapas encubiertos disimulen sus vestidoras opresoras
con mantos angelicales; las constituciones deben servir de respuestas al
querer colectivo; no funcionar de escudo para los desorbitados impositores.
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