MENSAJE
Robots científicos y dolor humano
- Hermano Pablo
Es una máquina estupenda,
orgullo de la tecnología moderna. Recibe órdenes dadas por
la voz humana, conoce nada menos que quinientos cincuenta palabras y es
capaz de realizar el noventa por ciento de las tareas que se le mandan hacer.
Se trata de un robot mecánico, diseñado para enfermos con
parálisis. Este robot puede acercarles a los enfermos la cuchara
a la boca, puede servirles un vaso de agua, encenderles y apagarles el televisor,
y hasta sentarlos y acostarlos.
Pero también puede -y aquí está el serio peligro-
ser instrumento para el suicidio del enfermo. Basta que éste le ordene
desconectar el tubo de oxígeno u otros cables esenciales para que
el enfermo muera a causa de una orden que él mismo da.
La ciencia progresa cada vez más. Hay en la actualidad aparatos
científicos que nos dejan pasmados y asombrados con lo que pueden
hacer. Pero el alma no está progresando a la par.
Todavía en el alma del hombre hay imperfecciones: pasiones morbosas,
deseos y pensamientos de muerte, amargura, desencanto, desilusión
y ganas de autodestrucción. Mientras las máquinas se hacen
cada vez más perfectas, las almas humanas son cada vez más
imperfectas.
El que un brazo mecánico, movido por un mecanismo perfecto, desconectara
el tubo vital de un ser humano imperfecto, obedeciendo a la orden de ese
mismo ser humano, no dejaría de ser una escena desalentadora.
Dios no hizo al hombre imperfecto. No lo hizo para el dolor, la enfermedad,
la angustia y el mal. Lo hizo como maquinaria super perfecta en lo físico,
lo moral y lo mental. Pero a la inversa del hombre, que fabrica robots.
Dios no hizo del hombre un robot.
Dios nos dio libre albedrío, sentido moral, fuerza de voluntad
y la facultad de tomar decisiones para desarrollar nuestra propia personalidad.
Es el pecado original -el de Adán y Eva- lo que ha introducido en
el hombre la degradación y la imperfección.
¿Podemos, no obstante, remediar nuestras imperfecciones y arreglar
nuestros defectos? Sí podemos, y esa posibilidad de hacerlo llega
a ser la gran aventura moral humana. Cada uno de nosotros puede volver a
la perfección, pero sólo puede lograrlo con Cristo. En Cristo,
y con Cristo, remediamos todas nuestras miserias, recibimos perdón
por todas nuestras faltas y nos sanamos de todas nuestras dolencias.
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