Domingo 4 de abril de 1999

 








 

 


FAMILIA
Hermoso testimonio

Joaquín A. Arias E.
Presidente Pro Vida

Soy una persona de 30 años de edad, hice bachillerato y traté de entrar en la universidad en dos oportunidades.

Pertenezco a una familia de clase media, desarrollé una vida social normal, hasta el momento que conocí la droga hace ya algunos años. Este hecho dividió mi vida en dos etapas: la primera, con dificultades normales de todo ser humano; la segunda, con los problemas y dificultades características progresivas en todo drogadicto, que nunca imaginé cuándo empecé a consumir miedo, angustia, ansiedad, aislamiento, resentimiento, hasta desarrollar una conducta antisocial.

Al llegar a este fondo no tuve oídos para ninguna de las personas o entidades que querían y trataron de ayudarme: familia, amigos, consejeros, médicos, sacerdotes, patrones, sicólogos, etc.

Ante esta presión opté por ir a una clínica de recuperación con alto costo para mi familia. Regresé a la vida con nuevas energías y convencido de haber superado mi problema. Inicialmente todo parecía ir bien pero yo aún no me había liberado de mi obsesión por consumir; volví a la droga y ahí sí comenzó mi verdadero infierno, no veía solución al problema en que me hallaba, ni la misma droga atenuaba mi sufrimiento; aún no conocía la naturaleza exacta de mi enfermedad. Estaba sin esperanza, ni deseo de seguir viviendo. Providencialmente una persona que padecía la misma enfermedad me invitó al lugar donde había encontrado la solución a su problema. Era la primera vez que alguien me hablaba con su propia experiencia en igualdad de condiciones; todos estábamos enfermos, sufriendo y necesitando dejar la droga; me sentí acogido y esperanzado por la primera vez. Allí encontré libertad para tomar decisiones, nadie me presionó, no había reglamentos que cumplir, ni cuotas que pagar, el único requisito era el deseo personal de dejar la droga. No se necesitaba estar recluído. Ante esta paradójica libertad tuve la necesidad de abrir mi mente para escuchar y tomar mis propias decisiones. Han pasado siete meses, aunque al comienzo las cosas no fueron fáciles, hoy me siento libre de la obsesión por consumir. Este lugar se llama Narcóticos Anónimos.

La definición más sencilla y concisa de lo que es la humildad es a mi juicio la señalada por Santa Teresa: "Humildad es la verdad". Por lo tanto lo contrario, es la soberbia que no es otra cosa que una gran mentira, la cual se constituye en una opinión desproporcionada o exagerada de sí mismo. Un orgullo excesivo suele ser el motivo por el cual los seres humanos en raras ocasiones están dispuestos a admitir la verdad absoluta.

La humildad no es la negación de las cualidades, por el contrario al ser la Verdad se convierte en la admisión de las cualidades y defectos. El ser humano debe admitir sus faltas y tratar de remediarlas, admitir nuestras aptitudes y aceptarlas como un obsequio divino y hacer buen uso de ellas. Si se es franco en la evaluación y autoanálisis así se es humilde aceptando la verdad tal y como es; se aceptan las cualidades la aptitudes y los logros como la obra de Dios; cuando una persona se encuentra a sí mismo y es cónsona con su realidad no dice: Miren lo que he logrado sino "Cuánto ha logrado Dios". Este individuo conoce con claridad sus defectos, y los admite ante Dios ante sí mismo y ante sus semejantes; entonces espera poder eliminarlos, no por su propia fuerza o capacidad, sino por la gracia y con la ayuda de un poder superior a sí mismo; un poder supremo a quien llamamos Dios. Y así, con todas las virtudes, vemos que cada una de ellas es sostenida, fortalecida y practicada sólo si se apoya en la verdadera humildad. Por otra parte, la soberbia que es la raíz de todas nuestras dificultades, en una u otra forma, que toda dificultad o problema con que nos encontramos en la vida tiene su origen negativo allí, en la soberbia. La gran frustración de nuestras decisiones egoístas es básica en todas las dimensiones de nuestra vida y eso es soberbia. La soberbia hace que lel hombre sea intolerante con la gente en tanto que la humildad hace al hombre intolerante únicamente respecto al mal. Dios odia el pecado, pero ama al pecador. Asimismo el hombre tolerante que no está cegado por el orgullo, puede entonces ver en todos los seres humanos la gran imagen de Dios.

"La humanidad es la raíz de todas nuestras virtudes, y por lo tanto se convierte en la piedra angular para lograr la verdadera FE".

El ser humilde es una persona buena con su prójimo. Es paciente indulgente y tolerante porque estima a todos los hombres sin excepción, sus hermanos en Dios.

La humanidad es definida por San Francisco de Asís en su gran plegaria por la paz que dice: Señor házme un instrumento de tu paz; que donde hay odio, siempre abra amor. Donde hay injuria, perdón; donde hay duda, fe; donde hay tristeza, alegría: Oh Divino Maestro. Concedeme que no busque ser consolado, sino consolar; que no busque ser comprendido, sino comprender, que no busque ser amado, sino amar; porque dando recibo; perdonando, tu me perdonas; y muriendo en ti, nazco para la vida eterna.

 

 

 

 



 

Al llegar a este fondo no tuve oídos para ninguna de las personas o entidades que querían y trataron de ayudarme: familia, amigos, consejeros, médicos, sacerdotes, patrones, sicólogos, etc.

 

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