Panamá ocupa el tercer lugar de incidencia acumulada de SIDA en Centroamérica. Están en primer lugar Guatemala y Honduras, respectivamente, pero en la medición de América y el Caribe somos el país que se ubicada en la posición número seis. Esto, sin ser científicos, es para alarmarse.
La epidemia de SIDA en nuestro país ha cambiado la vida de miles de personas. Algunos se cuidan más, otros se acostumbran a vivir con el mal, mientras que los más pequeñines (los niños) son los más afectados en este tema.
Según un informe del Ministerio de Salud y la Asociación para el Planeamiento de la Familia, el 61% de los niños afectados en Panamá y Colón es huérfano y el 8% desconoce si sus padres siguen vivos.
La cifra, aparte de escalofriante, demuestra el grave problema que ha causado en la sociedad la aparición de un mal que afecta sin duda a todos por igual, no importa la clase ni el color de la piel de los nacionales.
Ante esta situación, es imperativo seguir apoyando los programas de prevención, sobre todo enfocarlos en la juventud, pues es en este renglón de la sociedad donde hay mayor vulnerabilidad para ser presas fáciles del contagio del virus que ha causado la muerte de millones de personas en el mundo entero.
No hay que desmayar en la divulgación de planes de prevención. El panameño debe entender que el SIDA mata y está afectando a nuestra sociedad de una manera que no la podemos imaginar.
Hay que estar claros que el mejor método para prevenirlo es abstenerse de tener relaciones sexuales con personas fuera del matrimonio. Nadie lo sabe, pero es muy probable que Dios esté enviando un mensaje al mundo sobre el libertinaje sexual que se vive en todos los países. Lo mejor es escuchar al Divino y pedir perdón.