Domingo 7 de marzo de 1999

 








 

 


Yo vi un fenómeno

Eghert Lewis
Especial para Crítica Libre

Son las 5:30 de una mañana cualquiera, de cualquier semana. Para llegar a la clínica del Seguro Social, en Calle 17, es preciso moverse a esa hora si se viene desde Juan Díaz y se quiere evitar el embotellamiento para llegar temprano y obtener una cita.

Con eso de los tres paños hacia abajo no fue difícil llegar a las 6:00 y observar en el camino cómo un fenómeno se hacía dueño de la ciudad.

Encontrar estacionamiento no fue cosa difícil, ya que el grueso de la gente, que supongo viaja en bus, no había llegado todavía a la ciudad.

En la entrada de la clínica hay un puesto donde se ofertan los periódicos. Dos señoras y un niño uniformado piden su respectiva Crítica; ni siquiera miran los otros periódicos. Al entrar al elevador, que iba relativamente vacío, lo cual me hizo pensar que éramos los primeros en llegar, la diligente operaria nos preguntó a qué piso íbamos. Tenía su Crítica doblada y bajo el hombro.

Luego de un par de "paradas", finalmente llegamos al octavo piso, donde se prestan los servicios de odontología. Mi presunción inicial de que había llegado temprano se desvaneció. No menos de 70 personas me habían robado la partida.

La fila era tan larga que daba hasta el piso inferior. Un cholito, bien atento y con su Crítica en la mano, me indica donde está el final de la fila. Allí me encuentro con otro señor, quien tenía los ojos hundidos en la contraportada de Crítica, y me comentó con cierto grado de molestia: "Así que van a pagar el décimo el lunes a la gente de gobierno, pero eso no es justo, también debieran dárselo a la empresa privada", reclamó.

Para esa hora habían ya unas 33 personas detrás de mí, ya no era el último en la fila.

De repente sube un hombre desde el séptimo piso con unas llaves en la mano. En el bolsillo izquierdo de atrás llevaba un radio teléfono y en el derecho su Crítica. El hombre abrió la puerta que da acceso a las ventanillas donde se piden las citas y de repente no valió de nada la fila, todo el mundo entró como pudo y se cumplió aquel refrán según el cual, "los últimos serán los primeros".

Finalmente conseguí la cita para hacerme una radiografía de la dentadura, aunque primero tuve que templarme, ya que la dependiente me insinuó que únicamente se iban a atender a tres personas y si quería tendría que volver al día siguiente para ver si me tocaba la suerte de ser como de los tres escogidos.

Al oír esa barbaridad me dije: "Esta señora ta´ loca si piensa que yo voy a madrugar de nuevo". Felizmente varios se sumaron a la protesta y nos dio a todos la cita. Eran las 6:30.

Como sabía que las atenciones comenzarían después de las 7:00, me embarqué en el elevador para salir a tomar un café. Había más movimiento de gente y la operaria todavía tenía su Crítica doblada. No le habían dado chance de leer.

El aparato estaba algo sobrecargado: once personas y cuatro Críticas. En la planta baja había otro "molote" de gente esperando. Yo salí, con las diez personas y las cuatro Críticas y simultáneamente un número similar iba hacia arriba; tres tenían su Crítica en mano.

Justamente al frente divisé un cafetín. Antes de cruzar miré hacia ambos lados: a la derecha venían dos diablos rojos y un taxista apurados, mientras que a la izquierda vi al periodiquero de refilón. El bulto de Crítica estaba debajo de la mitad y los otros periódicos estaban allí, todavía envueltos como si fueran regalos.

En la primera mesa del cafetín, justo en la entrada, había una joven sentada. No estaba comiendo ni bebiendo nada, creo que estaba limpia, pero tenía su Crítica abierta sobre la mesa, de par en par.

Me senté sobre la barra, de esas que son muy comunes en los cafés de la Central y Santa Ana. La cajera llevaba la contabilidad con celo y tenía su Crítica doblada a su costado. Tenía cara de ansiedad. Pienso que estaba rogando que bajara la clientela para poder devorar su Crítica.

Pedí mi respectivo café y un derretido. Estoy en austeridad ya que la quincena está lejos.

En una esquina, en el mismo fondo de cafetín, hay cuatro damas. Tres de ellas conversan entretenidamente, mientras que una cuarta ni les presta atención; elemental, estaba leyendo su Crítica.

El caballero que inicialmente me comentó lo del Décimo Tercer Mes, pensó igual que yo y también bajó por su café, pero con su Crítica pega.

Crucé la calle nuevamente y me dispuse a volver al octavo piso. Había mucho más gente. Entre empujones entré al elevador y de casualidad quedé justo a lado de la doña que opera ese aparato. Pobrecita, no le habían dado chance, todavía tenía su Crítica doblada.

A las 7:15 llegué al octavo piso nuevamente. Todo estaba igual, bastante gente, pero más Crítica.

Un jubilado lee un panfleto de una financiera que intenta engatusarlo prometiéndole el cielo y la tierra. Dobla el panfleto, lo introduce en el bolsillo de su parabrisas y abre su Crítica. De momento quedó abstraído de todo lo que sucedía a su alrededor, se ve que ese hombre "cree en Crítica".

Un buhonero rompe el silencio: "Veinticuatro pilotos a un dólar", grita. El jubilado ni se inmuta, no recibe ni transmite, estaba en una relación muy personal con algo que le gusta: su Crítica.

Sin darme cuenta transcurrió una hora. Bajaba y subía el elevador y pasaban Crítica por aquí y Crítica por allá.

En el extremo opuesto al que me encontraba sentado yo, un joven con cara de amargado por las dos horas que teníamos de estar allí, leía las últimas del béisbol en Crítica. Al frente mío y diagonal al chico amargado, una doña, bastante obesa, miraba insistentemente hacia la ubicación del muchacho. Quería algo, pero no se atrevía.

"Cuatro baterías a un dólar", entonó un nuevo vendedor ambulante.

La doña aprovechó la distracción del auditorio y se dirigió al chico gentilmente: "Me prestas el periódico". La idea no gustó mucho al parecer, pero habla de ser caballero y, después de todo, una Crítica no se le niega a nadie.

De pronto otro caballero irrumpió en la sala. Se identificó como miembro de la "Fundación Remar Panamá" y dijo tener permiso de la administración para dirigirse a los presentes. Habló, sin captar la atención de muchos, y después pidió una cooperación económica a cambio de una calcomanía.

Casi nadie se metió las manos en el bolsillo. Yo le di dos reales, no es que sea duro, recuerden que la quincena está lejos.

A las 9:00 oí gritar mi nombre. ¡Amén, por fin me iban a atender!

Unos 35 minutos después salí del consultorio, miré velozmente y estaban allí todavía el jubilado, el chico molesto, la señora obesa y las dos Críticas.

Llegó el elevador, me monté más rápido que ligero y volví a la operaria. Creo que a esa altura ya había logrado al menos ojear la portada ya que le comentó a una enfermera que si había visto la noticia sobre el aborto de Mónica Lewinsky.

Llegué a la planta baja. La Críticas del periodiquero se habían terminado y estaba batallando para salir de los otros periódicos.

Al llegar al "parqueadero", donde dejé mi auto, el administrador me sacó la cuenta desde las 6:00 de la mañana hasta las 9:30 y me dijo que eran "dos palos".

De inmediato le cancelé y cuando iba a abordar el vehículo me detuvo y preguntó: "Tu no eres el que salía en la televisión antes y que escribes de hípica en El Panamá América".

Me sentí "pechón" y respondí afirmativamente a su pregunta. Arranqué el carro, puse la primera y de momento mi mirada se distrajo hacia su pupitre y ¿adivinen qué estaba leyendo? Claro ¡Una Crítica!

 

 

 






 

Con eso de los tres paños hacia abajo no fue difícil llegar a las 6:00 y observar en el camino cómo un fenómeno se hacía dueño de la ciudad.

 

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