El asesinato del director del Instituto Nacional de Cultura, Anel Omar Rodríguez fue la gota que derramó el vaso. Fue un hecho que golpeó fuerte a una sociedad que reclamaba en presencia del mandatario Martín Torrijos, mayor seguridad.
Lo sucedido con Rodríguez se repite cada día en Panamá, donde un promedio de tres personas salen de su hogar y no regresen porque son asesinados. La comunidad siente que se le brinda una seguridad deficiente y la delincuencia está fuera de control.
Hace poco advertimos sobre la ola de ejecuciones que se vienen registrando en el país y ante las cuales las autoridades de hacen de la vista gorda. Las mafias y pandillas sienten que pueden actuar bajo la libre y con licencia para matar.
Los funcionarios encargados de prevenir, reprimir, investigar y castigar los delitos se preocupan más por salir en cámara, que en cumplir las labores para las cuales fueron designados. Ya veremos que por algunos días se mantendrán operativos para calmar los reclamos de la sociedad, pero en unas cuantas semanas, vuelven a esa parsimonia que los caracteriza.
La Policía no es constante en sus operativos, tienen al área metropolitana plagada de cámaras y ahora más delitos que nunca; los Fiscales acumulan en sus despachos expedientes de casos de homicidios sin resolver, porque esperan que todo se lo den masticadito y que su labor sólo sea firmar las diligencias.
Cómo es posible que la Policía Nacional y la Dirección de Investigación Judicial estén desde hace más de tres meses sin subdirectores designados. �Tienen que darse más asesinatos para que se reacciones de una vez por todas?
Si los maleantes no observan que hay una acción fuerte de las autoridades, la criminalidad seguirá incrementándose y la gente decente sólo tendrá un consuelo: lamentarse.