Lunes 8 de marzo de 1999

 








 

 


MENSAJE
¿FATALIDAD, INSENSATEZ, ESTADÍSTICA?

Hermano Pablo,
Costa Mesa, California

Eran las dos de la mañana y Anita Guzmán, hermosa muchacha de dieciocho años de edad, hablaba por teléfono con su amiga Noemí. Era la fiesta de fin de curso, y Anita y catorce jóvenes, amigos de ella, habían alquilado un cuarto de hotel en Anaheim, California, cerca de Disneylandia.

&laqno;Hasta ahora -decía Anita en la conversación telefónica --todo va perfectamente bien.» Pero en ese momento, Noemí oyó una explosión, y como que el auricular cayó al suelo. Esas, en efecto, fueron las últimas palabras de Anita. Un compañero de estudio, Raúl Coronado, también de dieciocho años de edad, había disparado una pistola al azar, y la bala traspasó el corazón de la muchacha.

¿Fue fatalidad? ¿Obedeció a la ley de la estadística? ¿Fue insensatez?

Este caso consternó a las familias de ambos jóvenes. Era una fiesta de fin de curso, cuando los jóvenes reclaman toda la noche para hacer lo que se les antoje. Por supuesto, bailaron, bebieron y usaron drogas. Bajo la influencia del alcohol, Raúl disparó su arma, y la bala fue a dar justo en el pecho de Anita. Lo que iba a ser una alegre fiesta terminó en tragedia.

¿Fue entonces fatalidad? Puede ser. Las casualidades no tienen hora para suceder, y la fatalidad es ciega y carece de corazón, de conciencia y de razón. Cuando se le ocurre golpear, golpea no más.

¿Obedeció a la ley de la estadística? Puede también ser. Todos los años las estadísticas dicen que en las fiestas de fin de curso ocurre cierto porcentaje de accidentes, algunos de ellos fatales. Casi siempre es por el alcohol. Quizá este año le tocó a Anita caer dentro de ese porcentaje.

¿Fue insensatez? Aquí sí podemos ser afirmativos, porque es insensatez gigantesca para una muchacha alquilar un cuarto de hotel con otros catorce jóvenes y usar drogas. Es insensatez beber licor hasta perder la razón. Y es insensatez también disparar un arma en un cuarto atestado de gente.

En todo esto resalta por su ausencia todo código de moralidad. Donde no hay disciplina moral, donde no hay conciencia de Dios, tienen que ocurrir tragedias. La vida es una continua consecuencia de la semilla sembrada, y tragedias así son esas consecuencias.

Hace falta Cristo, y conciencia de su ley moral. Mi querido joven, no piense que usted es el dueño absoluto del mundo. Someta su vida al señorío de Cristo. Él, entonces, dirigirá sus pasos, y las consecuencias serán sanas.

 

 

 


 

REFLECTOR
Chicle

 

PRIMERA PLANA | PORTADA | NACIONALES | OPINION | PROVINCIAS | DEPORTES | LATINOAMERICA | COMUNIDAD | REPORTAJES | CRONICA ROJA | EDICIONES ANTERIORES


   Copyright 1995-1999, Derechos Reservados EPASA, Editora Panamá América, S.A.