Nunca aceptes que estás derrotado y que no hay nada que hacer, que tu vida es un fracaso y que mejor morir. Nunca aceptes que eres un ser marginado, destinado a perecer como una hoja que ayer nació y hoy tendrá que morir. Nunca aceptes que hubiera sido mejor no haber nacido y que el destino te obligó siempre a perder. Nunca digas: "Estoy perdido, hundido para siempre, soy un fracaso, un pobre hombre que no tiene espacio en este mundo y que no tengo nada que hacer". Alto, nunca te desprecies ni odies a la humanidad, echando la culpa a todos de tu anímica situación. Encárate, enfréntate a ti y di: " no voy a seguir creyéndome que soy una simple víctima del mundo, nunca más cultivaré la auto lástima y jamás me quejaré de mi pobre situación, sino que me levantaré y pelearé como un león furioso sacando tuerzas ocultas en mi interior, que yo sé que puedo, porque El me hizo a su imagen y semejanza, y que yo participo de su poder, del poder de Dios". Así es.
No te des nunca por vencido, que la derrota total nunca se dará si confías en el Señor y en ti, buscando siempre promover una fe auténtica y una esperanza en un futuro mejor. Pero eso sí, esperando y luchando por un "nuevo amanecer", donde saldrás bien librado, con una mente clara, con un corazón pacífico, una voluntad de hierro, una compasión por todos y un servicio desinteresado por todo aquél que te necesite. Nunca digas: " ya para qué luchar, no lo voy a intentar más, estoy cansado y arruinado". Jamás, porque tu ser descansa en la infinita ternura, sabiduría, poder y gloria de un Dios que te hizo para El y te hizo en "pequeño" como El. No eres dios, pero sí alguien que viene de El, que descansa y participa de todas las perfecciones de Dios, que inherentes a tu persona, están ahí esperando ser por ti desarrolladas. Nunca te desprecies, nunca te insultes, jamás quieras salir de este mundo sin permiso de El, por lo que no desees la muerte y menos pienses en irte por tu cuenta de manera lenta cultivando una depresión, ya que la misión nuestra es estar aquí hasta la llamada de Dios, buscando en todo honrar y agradar a El y procurar dejar este mundo mejor que como lo encontramos cuando nos mandaron a él. Jamás, jamás te des por vencido.