MENSAJE
Semillas y frutos
- Hermano Pablo,
- Costa Mesa, California
John y Linda Shaulis contemplaron
largo rato el pequeño cajón blanco. Allí dormía
el sueño eterno su hijito Augusto, de sólo 14 meses de edad.
¿Qué se había llevado a esta inocente criatura? El
SIDA. Bajaron el cajón a la tierra y le dijeron al hijo el último
&laqno;adiós».
Pasaron tres años, y otra vez John Shaulis contempló largo
rato un cajón, esta vez, de ébano. Allí dormía
el sueño eterno Linda, su esposa de 32 años de edad. Había
también muerto de SIDA. Bajaron el cajón a la tierra, y John
le dijo el último &laqno;adiós».
Años atrás, en sus días de estudiante, Linda había
contraído la enfermedad en un casual y fugaz encuentro sexual. Aquellas
habían sido las semillas. Estos eran ahora los frutos.
Había un detalle que hizo más patética esta historia:
John era un brillante oficial de marina que intervino en la guerra del golfo
Pérsico. Y Linda, quien por un loco error juvenil fue infectada del
virus, era una brillante abogada.
Años más tarde, ya casada y creyendo haber dejado en el
pasado sus errores y tener por delante una vida feliz, la mortal enfermedad
acabó con su hijo, al cual ella transmitió la infección,
y acabó finalmente con ella.
Semillas y frutos. Una semilla escondida en el pasado de ella. Algo,
pensó ella, que pasó junto con la noche y que no dejó
ninguna huella. Un acto juvenil que todos disculpan porque todos lo hacen.
Pero la enfermedad no hace preguntas, ni mira por qué ni cómo,
ni ve de qué raza o color es la persona, o si es culpable o si es
inocente. Una vez que le clava sus colmillos, no la suelta jamás
hasta que la mata.
Hay una sola manera segura de no contraer el SIDA. Es no tener nunca
relaciones sexuales excepto con nuestro cónyuge. La promiscuidad
sexual, la homosexualidad, el compartir la misma aguja hipodérmica
como hacen los drogadictos, son actos de alto riesgo. Quien los practica,
que no se sorprenda de aparecer con los síntomas del fruto mortal
que es el SIDA.
La única manera de evitar estas calamidades es llevar la vida
moral que Dios prescribe. Así no sólo eludimos el SIDA sino
que garantizamos el estar en paz con nosotros mismos, con nuestros semejantes
y con Dios. Cristo quiere ser nuestro seguro y suficiente Salvador.
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