Nuevamente se avecina un año escolar altamente irregular en el sector público. Dirigentes del gremio docente en todo el país han elevado un llamado a huelga nacional comenzando desde el mismo primer día de clases. Y aún falta un mes para que este día llegue.
El proyecto de transformación curricular impulsado por la Ministra de Educación, Lucy Molinar, es el nuevo punto de choque entre el gobierno y la dirigencia docente, al punto que este grupo ha pedido la renuncia de la titular como requisito para sentarse a la mesa de negociación.
Nuestro sistema educativo, la base para la formación de nuestros futuros ciudadanos y líderes, está pasando por una crisis que ya lleva décadas. Es una crisis derivada de lo obsoleto de sus métodos de enseñanza, al igual que de la politización de su entidad rectora y de la intransigencia de sus dirigentes docentes. Es una mezcla de vicios que afectan en última instancia a nuestros jóvenes y niños, que cada año se notan más deficientes en conocimientos generales, y menos capacitados para enfrentar el mundo productivo.
La transformación y mejoramiento de la educación es un tema en el cual hay que sumarse, no restarse. Si la dirigencia educativa acusa al gobierno de carecer de voluntad para el diálogo, �cómo puede llamarse el llamar a una medida extrema como una huelga, un mes antes de que los estudiantes pisen las aulas?
Los líderes del gremio deben reconocer su cuota de responsabilidad en el deterioro de la educación nacional. A la iniciativa de renovar la educación hay que aportarle ideas, no boicotearla.