MENSAJE
Entre
la serpiente y la dinamita
Hermano Pablo
La señora
Betty Foster, anciana de setenta años, era una campesina
de Alabama, Estados Unidos. Desde chica había estado acostumbrada
a combatir las serpientes de cascabel disparándoles con
su escopeta. No había reptil, que pasara a cien metros
de la anciana, que saliera con vida de los certeros tiros de
su escopeta.
Un día estaba sentada en el balcón de su casa,
acompañada de su nieta Teresa, de dieciséis años.
Unos hombres trabajaban en el patio reparando un galpón,
y la anciana los observaba. De pronto, una larga serpiente comenzó
a introducirse suavemente, reptando por el polvo.
Para advertir a los hombres bastaba un solo grito. Ellos se
ocuparían de liquidar al reptil. Pero Betty Foster no
perdía ocasión de usar su escopeta contra los peligrosos
ofidios. Le pidió a la nieta que le alcanzara el arma,
apuntó al reptil y apretó el gatillo.
El tiro dio en la serpiente, eso sí, pero también
hizo impacto en trescientos sesenta cartuchos de dinamita que
había dentro del galpón. La explosión fue
tan terrible que la casa voló hecha añicos, y la
anciana, su nieta y los dos hombres murieron instantáneamente.
Esta anciana vivía entre dos peligros: las serpientes
que continuamente entraban a su patio, y los cartuchos de dinamita
guardados en el galpón. Un día esos dos peligros
se juntaron circunstancialmente, y el resultado fue desastroso.
Así como aquella anciana, también nosotros vivimos
entre dos peligros mortales. En esta vida nos acecha continuamente
la serpiente antigua, Satanás, el diablo. Éste
procura destruirnos, malogrando todo lo bueno y noble de nuestra
existencia. Y al fin de esta vida en el más allá,
nos espera la destrucción completa, a causa de esa misma
serpiente que nos tienta, nos engaña y nos arruina. ¿Cuál
es la solución al problema? La solución es Cristo,
el eterno, perfecto y glorioso Señor y Salvador, que nos
libra de la serpiente mientras vivimos y de la condenación
eterna cuando muramos.
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